Inicio » , » La "nueva izquierda": gestión de Claudia Sheinbaum en México

La "nueva izquierda": gestión de Claudia Sheinbaum en México

presidenta de méxico

Claudia Sheinbaum: ¿una nueva era para la izquierda mexicana o un liderazgo sobreidealizado?

Han pasado seis meses desde que Claudia Sheinbaum Pardo asumió la presidencia de México, convirtiéndose en la primera mujer en ocupar el cargo en la historia del país. Su llegada no fue sólo simbólica por razones de género: representó también la continuidad del proyecto político de Andrés Manuel López Obrador, pero con un perfil técnico, más institucional y con un estilo marcadamente distinto. En ese contraste radican tanto sus fortalezas como sus principales desafíos.

Este medio año ha sido suficiente para que se dibujen con claridad las líneas centrales de su gestión, pero también para que surjan preguntas fundamentales: ¿representa Sheinbaum una verdadera alternativa a los liderazgos autoritarios del siglo XXI? ¿Es la encarnación de una izquierda moderna y racional o una construcción discursiva que aún no se traduce en transformaciones estructurales?


Un perfil inédito en la política mexicana

Sheinbaum llegó a la presidencia con una combinación poco común en la política latinoamericana: una sólida formación científica, experiencia en gestión pública y un compromiso con las causas sociales. Doctora en física y ex secretaria de Medio Ambiente, su carrera fue creciendo al abrigo de las luchas universitarias y las causas ambientales, hasta convertirse en una figura clave del movimiento lopezobradorista.

Su perfil dista radicalmente de líderes como Donald Trump, Javier Milei, Vladimir Putin o Nayib Bukele, con quienes suele ser comparada por contraste. Mientras ellos apuestan por discursos duros, decisiones unilaterales y un uso estratégico del conflicto, Sheinbaum ha optado por una narrativa de Estado, basada en datos, argumentos técnicos y construcción de consensos. En ese sentido, representa una rareza dentro del actual mapa global de liderazgos.

Sin embargo, gobernar no es sólo construir diferencias simbólicas. También es enfrentar las urgencias concretas de una nación compleja y desigual, y ahí es donde empiezan a aparecer las tensiones.


Alta aprobación, pero no exenta de sombras

Uno de los datos más llamativos de este primer semestre de gestión ha sido el nivel de aprobación ciudadana, que según encuestas recientes ha alcanzado un 82%. Esto es particularmente significativo considerando que durante este período se produjo una crisis diplomática con Estados Unidos, producto de desacuerdos en torno a aranceles. La propia Casa Blanca, sin embargo, reconoció su papel en la resolución del conflicto, elogiando su capacidad para mantener el diálogo abierto y evitar una escalada mayor.

Este respaldo popular se explica, en parte, por el estilo sereno y firme de Sheinbaum, que contrasta con los años de polarización intensa que marcaron el sexenio anterior. También influye su habilidad para comunicar medidas sociales con un tono que combina sensibilidad y rigor técnico. Pero el respaldo no es sinónimo de cheque en blanco, y las cifras positivas conviven con realidades muy complejas.

Uno de los puntos más graves ha sido el crecimiento del número de personas desaparecidas: más de 15 mil casos se han reportado en los primeros seis meses de su mandato. Este dato, que refleja el drama de la inseguridad y la impunidad, pone en entredicho la capacidad del Estado para garantizar derechos fundamentales y exige respuestas urgentes.

Además, casos como el de Teuchitlán, donde se evidenció la fragilidad institucional ante hechos de violencia, generaron una fuerte polémica. La respuesta de Sheinbaum fue tajante: “No creo que sea mi talón de Aquiles”. La frase buscó mostrar control, pero también generó críticas por lo que muchos interpretaron como falta de empatía y subestimación del problema.


El fin del neoliberalismo como promesa estructural

En su discurso de los 100 días de gobierno, Sheinbaum fue enfática: “No vamos a regresar al modelo neoliberal”. Esta frase no fue casual. Marcó una línea de continuidad con el proyecto de la llamada “Cuarta Transformación” iniciado por López Obrador, pero también dejó entrever la intención de construir una nueva identidad de izquierda, menos populista, más racional, más ordenada.

No obstante, el fin del neoliberalismo en México no puede proclamarse por decreto. Persisten estructuras económicas y legales que responden a esa lógica: concentración de la riqueza, precarización laboral, desregulación del capital, privatización encubierta de servicios esenciales. En ese marco, el verdadero desafío será transformar esas bases sin desatar crisis fiscales ni rupturas institucionales.

La pregunta, entonces, es si Sheinbaum será capaz de pasar de la crítica al modelo neoliberal a la implementación de un modelo alternativo viable, con políticas redistributivas, sostenibilidad ambiental y justicia territorial. Hasta ahora, los pasos han sido cautelosos y progresivos, lo cual es comprensible, pero también plantea interrogantes sobre la profundidad de la transformación prometida.


Feminismo, contradicciones y tensiones internas

Uno de los campos más sensibles para cualquier figura progresista en el siglo XXI es su relación con el movimiento feminista. En este sentido, Sheinbaum ha mostrado una posición ambivalente. Si bien ha promovido políticas con enfoque de género y ha nombrado mujeres en cargos relevantes, su relación con los colectivos feministas ha sido conflictiva.

Durante su gestión en Ciudad de México, y en lo que va de su mandato nacional, ha habido choques fuertes con grupos de mujeres, a quienes en ocasiones acusó de tener actitudes “clasistas”. Estas declaraciones generaron indignación y evidenciaron que el feminismo institucionalizado no siempre dialoga con el feminismo de base, sobre todo cuando las demandas apuntan contra estructuras policiales, judiciales o políticas que el gobierno considera bajo control.

Paradójicamente, su figura ha recibido apoyos desde ámbitos culturales inesperados, como el de Shirley Manson, vocalista de Garbage, quien le expresó públicamente su respaldo. Estos gestos le suman simpatía internacional, pero no reemplazan el respaldo crítico de los movimientos sociales con los que inevitablemente tendrá que negociar y reconstruir puentes.


Herencias, opositores y fantasmas del pasado

La oposición, aunque fragmentada, también ha hecho su parte para erosionar la imagen de Sheinbaum. Federico Döring, por ejemplo, la acusó de “robar funcionarios”, en alusión al traslado de cuadros políticos desde su anterior gestión en Ciudad de México hacia cargos federales. Esta crítica apunta a una vieja práctica del sistema político mexicano: la circulación cerrada del poder entre grupos afines.

Además, algunos episodios de su administración capitalina aún la persiguen: accidentes en el Metro, denuncias de persecuciones políticas, peleas internas en Morena, y una gestión urbana con resultados dispares. Estos antecedentes son usados por sus detractores para proyectar dudas sobre su capacidad para liderar a nivel nacional sin reproducir los mismos errores.


Conclusión: entre la esperanza racional y el escepticismo informado

Claudia Sheinbaum llegó a la presidencia como símbolo de una izquierda distinta: feminista, técnica, institucional, científica. Su liderazgo representa una ruptura con los caudillismos autoritarios y los discursos de odio que circulan en buena parte del mundo. Pero gobernar no es solo representar, es también transformar realidades.

Hoy por hoy, su popularidad sigue siendo alta, su perfil genera respeto internacional, y su gestión transmite orden. Pero la realidad mexicana no da tregua, y los grandes problemas estructurales siguen ahí: violencia, desigualdad, corrupción, impunidad, crisis climática, feminicidios.

El tiempo dirá si Sheinbaum puede ser más que una figura contrastante frente a líderes autoritarios, y convertirse en la arquitecta de un proyecto transformador con raíces profundas y efectos duraderos. Por ahora, el camino está abierto. Pero también lleno de desafíos.

contadores gratuitos